El tiempo, la libertad, la confianza y la visión, se fundían en aquella escuela hechicera como acuarelas en la lluvia. Fue allí, al eco de un edificio que ya no existe, donde clases y temas fugados de fábulas tramaron el decorado de esta historia.
Él pasaba sus días soñando en las aulas de aquel pequeño castillo, esperando el milagro que se producía todos los días a las tres y cuarto. Esa hora mágica anunciaba el fin de sus clases y el profe gozaba de casi dos horas libres. La idea era que ese tiempo debía de estar dedicado al estudio y la planeación de sus clases. Recordaba haberse entregado a aquellas nobles tareas sin faltar un solo día de los que pasó allí.
Aquél era su momento favorito. Sin necesidad de burlar el control de portería, porque no existía, partía a su casa a explorar la web. En aquellos largos momentos experimentaba una larga sensación de libertad embriagadora. Su imaginación volaba por encima de diferentes programas. Durante unas horas, los muros de su casa se desvanecían. Durante unas horas, con solo su ordenador, era el profe más afortunado del instituto.
Una tarde decidió aventurarse por azar en una de aquellas páginas sembradas de ejemplos de páginas modernistas en las que no había reparado hasta entonces. Y fue así como la visión de ‘Jimdo’ lo cautivó. A juzgar por sus explicaciones y sus posibilidades intuyó que sería suya.
Se acercó y posó su ratón sobre el botón de entrada. Cuando dio el primer paso hacia el interior, su pantalla iluminaba el mensaje pálido de ángeles artificiales políglotas. Lo guiaban. Él preguntaba y esperaba que aquellos seres respondieran a todas sus preguntas hasta que un día se cansaran. No sucedió eso. Respiró profundamente, considerando la posibilidad de soltar su imaginación o, mejor aún, de abandonar su tímida exploración de aquel sitio web. Por primera vez, nadie decidió por él. Sin pensar en lo que estaba haciendo, se sorprendió a sí mismo creando, en este sitio, una pagina web para sus clases de ELE.
Allí, en su propio sitio web, están los recuerdos de cientos de palabras, temas, tareas, gramáticas, explicaciones, proyectos, videos, canciones y juegos que enriquecen sus clases. Todo está allí, atrapado para siempre.
Gracias a esta oportunidad comprendió que los años de aprendizaje en esa escuela fueron para él, como profe, un salto a otro mundo. Por primera vez descubrió que alguien creía en él, en su talento y en sus posibilidades de llegar a ser algo más que una pálida copia. Se sintió otra persona.
No cabe duda de que el profesor que es hoy se lo debe a ella más de lo que le guste admitir. Conserva sus consejos y sus palabras guardados bajo llave en el cofre de su memoria, convencido de que algún día le servirán para responder a sus propios alumnos u otros profesores y sus dudas.
La escuela hechicera ya no existe. Sus aulas y su luz se han marchado para siempre y ya solo viven en el recuerdo y las clases de este profesor.*
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* A la manera de Carlos Ruíz Zafón en Marina. (1999: 9-289)
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